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Cuando el mundo fue destruido por los hombres mortales, solo fue cuestión de tiempo para que el infierno se desbordara sobre la pradera, con lo que arribaron todos los demonios que habían esperado pacientemente para escapar de su confinamiento. Hecarim y sus jinetes oscuros se deleitaron con su nueva libertad y redujeron a cenizas todo a su paso, mientras cabalgaban en estampida por la frontera.