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En las filas de los matadragones no se discrimina a nadie, pues las bestias devorarían por igual al más humilde entre los campesinos y al más poderoso entre los reyes. Jarvan IV abandonó el trono de buena gana para formar filas junto a sus compatriotas, condenados al fracaso, y hacer frente a la furia de los monstruos renacidos.