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Había una vez un conde muy temido por la gente que vivía en el corazón de un castillo oscuro y sombrío, y que era eternamente joven. Noche tras noche, una horrible neblina rojiza se colaba en las aldeas y, a su paso, algunas pobres almas se esfumaban sin dejar rastro: eran nuevas víctimas del feroz apetito de Vladimir.